10/5/09


-Papá, creo que hay alguien debajo de mi cama -afirmé irrumpiendo en el salón con mi pijama de entretiempo y el corazón en un puño. Había bajado a oscuras todas las escaleras de casa porque eran mucho menos aterradoras que la sensación de tener a alguien debajo, a un colchón de distancia.

Mi madre dirigió a mi padre una de esas miradas de "ve tú", y me sonrió con ternura. Mi padre es un hombre alto y grande, con barba negra y ojos alegres, un salvador perfecto en cualquier circunstancia. Él encabezó la marcha de vuelta a mi dormitorio.

-Cariño, no pasa nada, en casa no hay nadie -tratada de convencerme durante nuestro ascenso con su voz más dulce y serena-. En casa sólo estamos mamá, papá, Javi y tú. No hay nadie más, mi vida -continuaba mientras alcanzábamos el rellano del final y encencía la luz de mi dormitorio.

Casi puedo ver todavía el recorte cuadrado y amarillo sobre el suelo de mármol oscuro del pasillo. Mis piernas pequeñas andaban más despacio y el miedo también me agarraba los pies.

Contemplé mi dormitorio desde el quicio de la puerta, si tenía clara una cosa aquella noche era que, hasta que mi padre no solucionase el problema del tipo debajo de mi cama, yo no iba a volver a entrar a esa habitación. Así que lo miraba todo con ojos muy abiertos.

Mi padre cruzó el dormitorio, la distancia en el recuerdo me parece inmensa, regodeándose en su discurso tranquilizador:

-Ves mi vida, aquí no hay nadie, tú tranquila, cariño -afirmó con convencimiento mientras se arrodillaba junto a mi cama y mi corazón trataba de escaparse de mi pecho. Mi padre levantó la colcha, dobló el cuerpo, agachó la cabeza, la metió debajo de la cama y...-. ¡¡¡¡¡Ahhhhhh!!!!! ¡¡¡¡Socorro!!!! -comenzó a gritar fingiendo que alguien tiraba de él para llevarlo debajo de mi cama, moviendo los brazos y los pies espasmódicamente, congelándome el alma.


Mi recuerdo acaba ahí. Hasta los trece años dejaba las zapatillas a dos metros de la cama, cogía carrerilla desde la puerta, corría y saltaba sobre el somier con los dedos de los pies encogidos.

4 comentarios:

Ayllón dijo...

Tenemos suerte de poder preocuparnos por lo que haya debajo de nuestras camas.
Estamos a salvo.
Los que duermen en el suelo de la estación de autobuses, debajo de mi casa, no tienen cama para poder mirar debajo de ella.

Aún así comprendo tu terrible miedo, yo también lo sufrí. qué necios! más miedo que da la misma vida...

Anónimo dijo...

Debajo de mi cama, las pelusas se hacen fuertes... ¡Esas sí que acojonan!

Juan dijo...

sí, las pelusas se hacen fuertes ja ja ja

MARTA MESA dijo...

Yo aún sigo saltando a veces...para que no me pille la niña de los pelos largos y negros :S , mi excusa:...es que tengo mucha imaginación!!! jajajaja