26/4/09


Había dado un golpe tremendo por culpa de las sandalias nuevas, esas dichosas suelas se escurrían como lombrices de tierra entre mis manos de niña. Las rodillas, huesudas y molidas de cardenales, lucían dos rosetones brillantes de sangre inocente. Carmen me miraba con ojo de experta:
-Si te sale otro moratón de ésta, le ganas a Sara -comentó concentrada.
Sara y yo apostábamos a ver quién tenía más cardenales en las piernas.
Me senté en el bordillo de la acera y me miré las heridas calientes. Picaba y satisfacía el protagonismo. Como todos los niños, saboreé con mi lengua la sangre para curar la herida. Después, bajo la sombra delgada de Carmen, comencé a soplarme las rodillas.

2 comentarios:

DANI dijo...

Sangrar un poco las penas, a menudo sienta bien, aunque sea en las rodillas ;)

Besos

Gabiprog dijo...

La infancia tiene una bien distinta perspectiva con sus heridas, y sobre todo cuando llorar y con quién...