6/6/07


Prefiero mil veces el gesto trágico, casi teatral, de abrir un paraguas con la mano y recorrer el mástil mientras se alza el barco sobre mi cabeza con su vela dulce, al disparo rápido y sonoro-seco de presionar un botón y hacer saltar el paraguas como un prohibido amenazante. Así, los besos lentos de la lluvia calma son como caricias que dejan mi rostro para abrazar mi paraguas, y cada gotita salta disparada del trampolín que me cubre hasta la punta veloz de mi zapato derecho, como por sorpresa. Y puedo, ocultar mi mejilla bajo los lunares de mi media luna, o llevar el paraguas como capa, dándole vueltas tentando a la suerte. Sólo si abro el paraguas puedo navegar los charcos sin sentirme grande, puedo suspirar desde los hombros y mirar las cascadas a mí alrededor haciéndome la aventurera. Si le diese al botón, si todo dependiese de un botón negro y rugoso junto al mango de madera o plástico –mucho más terrible-, entonces el paraguas quizá pudiese replegarse y encerrarse en un bolso, o ser negro, o invitarme a llevar zapatos con los cordones atados, o invitarme a temer… a temer la lluvia.

1 comentario:

Luar dijo...

Como me gusta la lluvia (verticalizada)..., la sensacion que me quedo puro, casi santo y que mis tormentas no son mas que tonterias de un ser que no sabe el significado de quedarse mojado!
Los paraguas (guarda-chuvas) siempre los dejos en casa, protejidos, para que no se queden resfriados (es que despues no se como cuidarlos)!